Semifinales de la Champions 1988/89 Milan - Real Madrid



Partido de vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones 1988/89 en la que la ida en el Bernabéu acabó 1-1 y el Milan consiguió una remontada histórica.
El Real Madrid llevaba veintitrés años sin ganar una Copa de Europa, y las dos Uefas conseguidas tres y cuatro años antes sabían a poco. Después de ganar en octavos al Górnik Zabrze y al PSV con alguna complicación que otra, el Real Madrid quería jugar aquella final de Champions en un estadio simbólico, el Camp Nou.
Antes de todo, situémonos. 19 de Abril de 1989. Guiseppe Meazza, arbitra Alexis Ponnet el partido de vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones 1988/89. Al otro lado del cuadro, Steaua Bucarest – Galatasaray SK, y al fondo, una final de la máxima competición europea en Barcelona. Un Milán dirigido por Arrigo Sacchi recibe a uno de los mejores Real Madrid de la Historia, donde militan estrellas mundiales como Schuster, Butrageño o Hugo Sánchez. En el otro campo, el Milán de Baresi, Rijaard, Maldini, Ancelotti Gullit o Van Basten. Los italianos llegaban en el momento álgido de la época de Sacchi en los banquillos rossoneri, y con la posibilidad de volver a una final en Copa de Europa veinte años después.
Este Milán era la definición perfecta de “Equipo”. Si uno iba a tomarse un café, los otros diez lo pedían con leche. La compenetración en su máximo exponente. La explicación de esta compenetración se puede sintetizar con la imagen que está debajo del párrafo en el que nos encontramos. Es acercarse un jugador madridista para que uno de los defensores locales dé el toque de corneta para salir a por él con una presión que no te la ejercería ni un francotirador apuntándote a tus partes más queridas.
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Otra de las armas más apabullantes de este ‘Super-Milan’ era la presión en campo contrario. Si antes hacíamos hincapié en la presión defensiva, ahora nos dedicaremos a la ‘presión ofensiva’. Tanto Van Basten, como Ruud Gullit eran porteros físicos que ejercían dicha estrategia a la perfección junto a los dos hombres de banda que eran Colombo y Donadoni. Esta presión alta hacía que los defensas ‘merengues’ no tuviesen otra opción que retrasar el balón hacia Paco Buyo, o dar un pelotazo arriba para que se la jugasen Hugo Sánchez y Butrageño. Tarea complicada para los delanteros de Beenhakker, por cierto, ya que en esa época estaba penado el fuera de juego posicional, es decir, se consideraba offside con que uno de los atacantes estuviese mínimamente adelantado, independientemente de que interviniese en la jugada o no.
Este partido de eliminatoria fue una demostración al mundo de todas las variantes tácticas del equipo italiano. Se aplicó la táctica del fuera de juego, la de la presión alta y el potencial por alto de los de Sacchi. Este, más efectivo que nunca. El 1,90 de Gullit daba multitud de oportunidades a sus compañeros, ya que le podían buscar al espacio, pasársela y que cumpliese la función de aguantar el balón de espaldas a portería, o bien la más utilizada, el pase en largo para que prolongase con la testa el esférico hacia banda para que recibiese alguno de los extremos o Marco Van Basten, al cual le gustaba escorarse (más a la izquierda que a la derecha) para controlar, recortar y disparar, o también para buscar a su compañero de posición y selección con un pase al hueco y que este aprovechase su físico para desprenderse de los marcadores. Otra de las vías por las que utilizaba este potencial era gracias a los saques de equina, desde donde surgieron los goles de Rijkaard y Gullit.

En resumen, este gran Madrid lo tuvo muy difícil por no decir imposible ante un rival de los que marcaron una época.

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