Da Vinci sin smartphone
Sin conocer el Museo Cerralbo ni de oídas, me acerqué
expectante al edificio pensando que no sería un gran foco de turistas. Seguí a una
pareja argentina que preguntó al guardia de seguridad allí presente por dónde
debían entrar. Mientras subían la escalera, el hombre preguntó que qué iban a
hacer, como esperando que la respuesta fuese no seguir su camino. La mujer
contestó con el siempre interesante acento argentino que qué iban a hacer ya
que estaban ahí. Realmente, el primer impacto no fue muy esperanzador.
Sin embargo, entré y la primera sala que me encontré era una
exposición temporal sobre la gimnasia en España. Celebrando poder colar un
texto de deporte en una práctica de educación, miré a mi alrededor y me di
cuenta de que no era así. La sala estaba llena de un par de clases de alumnos
de secundaria, y entendí que todo estaba conectado.
Yo veía mancuernas de terciopelo, bancos y poleas muy
similares a las de cualquier gimnasio actual. Las tenía enfrente de mí y,
aunque no las pudiese tocar, físicamente existía la posibilidad. Sin embargo, y
más allá de la presencia de mis compañeros de visita, en las paredes estaba
explicado todo. Era un libro de texto en tres dimensiones.
Parece que es algo muy obvio, pero quizá no lo sea tanto.
Los museos suelen ser entendidos como un lugar turístico donde hacerse una
foto. Si vas a Florencia tienes que ver el David de Miguel Ángel y si vas a
París la Gioconda, pero nadie te explica por qué. No, no tienes que ir para ver
que las manos de esa estatua son verdaderamente grandes o que el cuadro es
mucho más pequeño de lo que imaginabas, los objetos allí expuestos son simples
ilustraciones de la experiencia educativa que ofrecen los museos.
El museo es, en sí, una actividad educativa y no necesita de
ninguna exposición temporal ni de una charla a escolares para serlo. Lo es por
esencia y quizá Instagram no nos deja verlo. Porque la storie de la foto de la pirámide de cristal y el HT #París es
demasiado atractivo.
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